Cómo gestionar el estrés en cabina y no morir en el intento
Redacción: María Garretas Álvarez
Corrección: Paco Sanz Irisarri
La boca se seca. Las manos empiezan a sudar. El corazón se acelera. Todo el cuerpo se paraliza. Cuando aparecen estos indicios (y sí, usemos indicios porque ya nadie quiere oír hablar de síntomas) todo estudiante de interpretación tiene claro el diagnóstico: se ha puesto nervioso. Es entonces cuando empezamos a vomitar palabras, golpear la mesa con el bolígrafo y soltar perlitas como «pues es recomendable tomarse un par de cervezas antes de conducir para evitar distracciones».
Pero ¿por qué sucede todo esto? El cuerpo entiende esta situación como una amenaza, por lo que envía señales de alerta al cerebro. Estas llegan a la zona encargada de regular las emociones y sentimientos y de controlar, entre otras, las respuestas al miedo. De este modo, nuestro sistema nervioso se pone a trabajar y libera grandes dosis de adrenalina, a la vez que el hipotálamo produce cortisol, popularmente conocida como la hormona del estrés. En ese momento, de acuerdo con Alicia Batuecas, bióloga experta en fisiología, «el corazón aumenta la frecuencia de sus latidos, el metabolismo detiene el almacenamiento de la energía y la moviliza para hacer frente al agente estresante».
¿Quiere esto decir que le tenemos miedo al discurso? No. ¿Al tema? No. ¿Al docente, quizás? Para nada. ¿A fastidiarla? ¿A no ser capaces de demostrar de lo que somos capaces? Sí. De forma irracional. Tenemos tanto miedo a no llevar a cabo una interpretación perfecta que engañamos a nuestro cerebro haciéndole creer que nos encontramos, por ejemplo, frente a un león hambriento. Fascinante el cuerpo humano, ¿verdad?
Creo que una vez hemos vivido en nuestra propia piel ese miedo irracional en cabina, ya sabemos de dónde proviene, cómo se manifiesta y lo que viene a continuación. ¿Y qué hacemos, entonces, para evitarlo? Rezamos. Creyentes y ateos. Evitamos pasar por debajo del andamio esa mañana. Supersticiosos y escépticos. Cualquier cosa que no implique hacer frente a nuestras emociones y, sobre todo, a nuestros miedos.
Sin embargo, dejar eso en manos del azar no es muy recomendable que digamos. Ya sabemos que al destino a veces le gusta jugar en nuestra contra. Si de esa interpretación dependiera entrar o no en el máster que queremos, necesitaríamos algo que nos asegure que vamos a controlar nuestras emociones al 100 %. Independientemente de la situación personal o profesional que esté atravesando una persona, existen diversas formas de controlar el estrés en cabina de forma general. Las practicadas con mayor frecuencia serían aquellas relativas a la relajación, a la respiración, a la concentración, etc. No obstante, soy consciente de que en un momento de máximo estrés en cabina interpretando sobre las instituciones de la Unión Europea, lo último en lo que queremos pensar es en respirar. Por ello, vamos a hablar de un método muy beneficioso que podría mejorar nuestra capacidad para tener un mayor control sobre nuestras emociones cuando estemos en cabina: la Técnica Alexander.
La Técnica Alexander es un método mediante el cual la persona que lo aplica, en este caso el estudiante de interpretación, tendrá mayor conciencia sobre su cuerpo y su mente en las actividades que desempeñe. Se trata de una disciplina educativa de principios del siglo XX que cuenta con una alta valoración por parte de la comunidad científica. A tal efecto, me basaré en un artículo escrito por Marta Renau Michavila (2010), profesora del Departamento de Traducción e Interpretación en la Universitat Jaume I, en el que defiende esta técnica como una herramienta potencial de apoyo en interpretación.
De acuerdo con Renau, cuerpo y mente son dos aspectos inseparables. Por ello, identificar y prevenir hábitos posturales perjudiciales podrían hacer que disminuyeran considerablemente nuestros niveles de estrés en cabina.
La aplicación de la Técnica Alexander en la interpretación nos proporciona una mayor concienciación del cuerpo y su funcionamiento «y de las repercusiones directas e indirectas de un mal uso de nosotras mismas, así como una perspectiva integradora del cuerpo y mente y sus interrelaciones». (Renau, 2010: 5)
De este modo, una posición relajada en cabina, con la espalda bien apoyada en la silla, los brazos relajados, las piernas quietas y una respiración calmada, puede conseguir eliminar por completo los tartamudeos, la sudoración en las manos y ese nudo que se instala en el estómago según escuchamos el temido Ladies and gentlemen.
Asimismo, según esta técnica, identificar los elementos que nos causan estrés y saber gestionarlos nos reforzaría como intérpretes. Hace no muchos meses comprendí que mi talón de Aquiles en interpretación era mantener los ojos abiertos durante el discurso. Quizás desde fuera parezca algo ridículo ver cómo la intérprete gesticula de forma exagerada al tiempo que tiene los ojos cerrados. La verdad es que la imagen es algo cómica. Sin embargo, es algo que me ayuda a mantener la concentración. Con los ojos cerrados puedo ir reconstruyendo el discurso con imágenes como si de una película se tratase. Además, evito cualquier tipo de distracción exterior. La gente que sea muy observadora me entenderá cuando digo que hasta el capuchón de un bolígrafo podría arrancarte de un discurso sobre el cambio climático para llevarte a pensar que dejaste el capuchón de tu bolígrafo rosa tirado en el suelo de la biblioteca.
El estudio de esta técnica podría darnos para llevar a cabo una tesis doctoral. Sus beneficios son infinitos, como bien apunta Renau (2010: 6): «la Técnica Alexander mejora el uso corporal y vocal […] promueve la libertad de reacción ante cualquier situación […]». Sin embargo, no es mi deseo aburrir a los lectores de la revista.
Con todo, si bien es verdad que un cierto grado de estrés que nos haga estar en guardia es muy beneficioso durante la interpretación, en ocasiones nos sobrepasa y nos paraliza. Por ello, es importante conocer nuestro cuerpo y nuestra mente para saber gestionar el estrés y así convertirnos en buenos profesionales del sector.