
«Yo quiero marcha, marcha»: entrevista a Quico Rovira-Beleta (I)
Redacción: Noemí Barrera Rioja
Corrección: Elena Figal Gómez
Entrevista realizada por Noemí Barrera Rioja y corregida por Elena Figal Gómez.
Cada año, miles de personas frecuentan las salas de cine y adquieren películas, con la intención de disfrutar de la última novedad cinematográfica recién sacada del horno de Hollywood. Sin embargo, ¿cuántos se preguntan gracias a quién tienen acceso a esa película en su lengua? ¿Cuántos se plantean el proceso por el que pasan los largometrajes antes de estrenarse en otro idioma?
Salvo cuando cometemos algún error, la figura del traductor pasa totalmente desapercibida —me atrevería a decir— en todos los ámbitos, así que el traductor audiovisual no iba a ser distinto. Hasta hoy. En el caso del cine en España, el universo Marvel, Forrest Gump, Star Trek, El nombre de la rosa, La familia Addams, Madagascar y cientos —no exagero— de títulos más llevan la firma de Quico Rovira-Beleta, ya que fue él quien los acercó al público español. Gracias a él, frases tan célebres como «La vida es como una caja de bombones» o «Luke, yo soy tu padre», así como el temazo «Yo quiero marcha, marcha», son ya parte innegable de nuestro bagaje cultural. Por ello, hoy, con el objetivo de desvelar a los espectadores la existencia de ese misterioso ser empijamado que traduce las pelis, sacamos de la traducueva a uno de los jefazos de la traducción audiovisual.
En primer lugar, quería plantearte una pregunta que yo creo que muchos nos hacemos: ¿qué te impulsó a pasar de aracnólogo a traductor y cómo fue esa transformación?
«Yo acabé la carrera en el año 82 y estuve tres años intentando dedicarme a las arañas, ya que para eso había estudiado. Me recorrí centros de investigación, zoológicos… cuando aún no había terminado la carrera, estuve dos años trabajando en el zoo gratis, para practicar. No había manera de encontrar trabajo. Incluso fui a laboratorios farmacéuticos, y nada. Entonces intenté irme a hacer la tesina al extranjero, pero no conseguí beca, y al final desistí. Y mi padre, que era director de cine y llevaba a doblar sus películas a Sonoblok (un estudio de Barcelona), me dijo: «Oye, tú, ya que hablas idiomas, ¿por qué no vas y haces una prueba?». Fui, la hice, les gustó, y hasta hoy. Esto fue en el año 85, y en octubre de ese mismo año empecé con Rocky IV, que fue mi primera película y me la dieron para traducir y ajustar.»
¿Ajustar también?
«Sí, también. Yo aprendí a ajustar con Rogelio Hernández y con Camilo García, que son dos grandes. Camilo García es quien dobla, por ejemplo, a Anthony Hopkins; y Rogelio Hernández era quien doblaba a Jack Nicholson, Michael Caine, Marlon Brando, Paul Newman… Ellos me enseñaron a ajustar, y la verdad es que me enseñaron muy bien y aprendí muchísimo con ellos. Y, efectivamente, mi primera película ya incluía traducción y ajuste, o sea que entré por la puerta grande. También es verdad que éramos pocos entonces, muy pocos.»
Esa, más o menos, era la siguiente pregunta, porque me imagino que, desde que iniciaste tu carrera profesional en los años 80 hasta ahora, ha cambiado mucho la manera de trabajar. En aquel entonces, cuando la tecnología no estaba tan desarrollada como ahora, ¿cómo se vivía la traducción audiovisual?
«Ha cambiado muchísimo. La principal diferencia que hay respecto a la actualidad es que en aquel momento no existían los estrenos a nivel mundial ni la piratería. Antes de que comenzara la era digital, era mucho más difícil tener acceso a los productos, así que no había esta especie de urgencia por estrenar la película el mismo día en todas partes para evitar la piratería o el traspaso de un sitio a otro. En lugar de eso, a lo mejor la película se había estrenado hacía medio año o un año, y al cabo de ese tiempo llegaba a España, con lo cual no existían las prisas que hay ahora.»
En ese sentido, ¿podías hacer tu trabajo mucho mejor?
«Sí, mucho mejor, y mucho más despacio. Tenías diez o quince días para hacer una película tranquilamente, así que no tenías que ir —como se suele decir— con el petardo donde la espalda pierde su nombre para que estuviesen las cosas justo a tiempo. Además, como no había internet, documentarse era mucho más complicado, con lo cual necesitabas más tiempo porque tenías que ir a los sitios o llamar por teléfono a la policía, a los hospitales, a los bomberos, a los colegios de abogados… a quien fuera que te saliera en el tema que estabas tratando. Y, evidentemente, era otra manera de trabajar mucho más pausada.
»Pero la imagen, por ejemplo, en principio no te la podían enviar porque era una cosa física, enorme, en 35 mm, de modo que tenías que ir al estudio a verla, y el sistema era bastante incómodo porque tú ibas, te veías toda la película seguida, y luego volvías a casa y tenías que hacer memoria de lo que habías visto. Y cuando la tenías traducida, volvías al estudio y volvías a vértela y a corregir las cosas que veías que no coincidían. Entonces, los guiones de antes estaban llenos de «(ver imagen)», porque tenías que confirmar tu traducción con la imagen que no habías tenido. En aquella época, traducíamos muchas veces sin imagen. Ahora puedes hacer lo que quieras. Además, te la mandan —con todas las protecciones del mundo, pero te la mandan— por internet. A ti te llega a casa y la tienes. A no ser que la película sea muy privada, que entonces tienes que ir al estudio a hacerla porque no la puedes tener tú, pero aun así la forma de trabajar es muy distinta. Eso sí, las prisas son muchísimo mayores ahora.»
¿Qué diferencias hay a la hora de abrirse camino profesionalmente entre cuando tú empezaste y ahora?
«Ahora, por un lado, estáis mucho más preparados. Muchísimo. Yo no estaba nada preparado. Pero claro, en mi época ni siquiera había estudios de Traducción. Creo que la diplomatura en Traducción se creó en el año 84, y yo no me enteré. Yo había hecho Biología y entré sin ningún tipo de estudio. Josep Llurba, mi compañero, por ejemplo, sí que hizo estudios de diplomatura en Traducción en la Escuela Universitaria de Traductores e Intérpretes de Barcelona. Posteriormente se creó la Facultad de Traducción e Interpretación, y a partir de entonces vosotros habéis salido mucho más preparados porque hay toda una carrera dedicada a esto. Es verdad que es muy teórica y que quizás le falte práctica, pero para eso estamos los profesionales: para daros másteres, charlas, cursillos y talleres donde podáis aprender de cara a vuestro futuro profesional. En resumen, esta es la parte buena: estáis mucho más preparados.
»La parte mala, evidentemente, es que sois muchísimos más. Pero esa parte mala tiene una parte buena: cada vez hay más oferta, porque ahora hay plataformas como Netflix y HBO (ahora sale Amazon también), o sea que hay muchísimo trabajo. Y solamente hablo de la parte que me atañe a mí, que es la de cine y series, pero en el mundo de los videojuegos y los juegos de rol, de los que también se habló en el ENETI hay muchísimo campo, o sea que no perdáis las esperanzas, porque es verdad que sois muchos, pero como no todos os vais a dedicar a lo mismo, sino que cada uno va a escoger una especialidad (literaria, técnica, jurídica, audiovisual…), al final no sois tantos.
»Puede que tardéis en conseguir trabajo, pero siempre acaba cayendo alguna cosa. No os desaniméis, de verdad. Yo siempre digo lo mismo: no está fácil, porque sois muchos, pero yo he visto casos alucinantes. Yo tuve una alumna de máster que había terminado la carrera justo el año anterior y, nada más salir del máster, se fue a la Warner y le dieron una película directamente. La cosa va así: a veces tienes la suerte de que suena la flauta, y mira, y otras veces tienes que luchar más, enviar más currículos, pelearte más por conseguir las cosas…, pero nunca desesperéis porque tarde o temprano se acaba encontrando trabajo. Y hay mucha gente de vuestra generación o de la anterior (mucho más jóvenes que yo, evidentemente) que se están ganando la vida solo con el audiovisual.»
Con estas sabias palabras de aliento, concluye la primera parte de la entrevista a Quico Rovira-Beleta. Esperamos impacientes la segunda parte, que viene cargada de divertidas anécdotas, interesantes consejos y, por supuesto, mucho amor (contagioso, por cierto) por la profesión del traductor audiovisual.